¿Quién teme a Andrés Manuel?
Hugo García Michel - Milenio
Ya casi lo había olvidado, pero cuando el PRD se estaba organizando como partido político, a finales de los años ochenta, acudí con mi entonces esposa a una junta de información y afiliación en la casa del Negro Ojeda, en Coyoacán, y me anoté como miembro de la naciente institución. Nunca recibí alguna credencial o constancia de mi inscripción, pero tampoco me desafilié. ¿Querrá eso decir que sigo siendo miembro del inenarrable partido del sol azteca? ¿Me tendrán registrado en su padrón? ¿Tienen un padrón? Vaya cuestiones filosófico-existenciales las que me embargan.
No sé qué se necesite para renunciar a la membresía de semejante club de sectarios protopriistas, pero después de lo sucedido durante el reciente Congreso Nacional, por si las dudas yo me deslindo por completo del perredismo. Lo hago no sólo por el penoso espectáculo protagonizado entre Los Chuchos y el sector radical padiernista-batresista-noroñista, sino sobre todo por el vergonzante hecho de que luego de haber tomado una serie de acuerdos por mayoría, los dirigentes amarillos hayan ido a la casa oficina de Andrés Manuel López Obrador para que éste los regañara y los obligara, de la manera más humillante, a dar marcha atrás y desconocer lo que ya habían decidido y anunciado públicamente.
¿Qué demonios sucede en el PRD? ¿Cómo es posible que sus integrantes se hayan vuelto tan dóciles ante la voluntad de un líder? ¿A qué le tienen tanto miedo que ni por asomo se atreven a disentir? ¿Dónde quedaron el valor civil, la autocrítica, la combatividad, cualidades supuestamente intrínsecas de la izquierda? Hoy, ese partido parece un rebaño de ovejas pastoreado por un jefe carismático, una manada de lemmings en seguimiento de un individuo que los conduce al suicidio colectivo, una cofradía de fanáticos que adora al sacerdote supremo y no se atreve a contrariar uno solo de sus mandamientos.
Con una izquierda así de nula y coaccionada desde sí misma, la derecha puede dormir tranquila.
Ya casi lo había olvidado, pero cuando el PRD se estaba organizando como partido político, a finales de los años ochenta, acudí con mi entonces esposa a una junta de información y afiliación en la casa del Negro Ojeda, en Coyoacán, y me anoté como miembro de la naciente institución. Nunca recibí alguna credencial o constancia de mi inscripción, pero tampoco me desafilié. ¿Querrá eso decir que sigo siendo miembro del inenarrable partido del sol azteca? ¿Me tendrán registrado en su padrón? ¿Tienen un padrón? Vaya cuestiones filosófico-existenciales las que me embargan.
No sé qué se necesite para renunciar a la membresía de semejante club de sectarios protopriistas, pero después de lo sucedido durante el reciente Congreso Nacional, por si las dudas yo me deslindo por completo del perredismo. Lo hago no sólo por el penoso espectáculo protagonizado entre Los Chuchos y el sector radical padiernista-batresista-noroñista, sino sobre todo por el vergonzante hecho de que luego de haber tomado una serie de acuerdos por mayoría, los dirigentes amarillos hayan ido a la casa oficina de Andrés Manuel López Obrador para que éste los regañara y los obligara, de la manera más humillante, a dar marcha atrás y desconocer lo que ya habían decidido y anunciado públicamente.
¿Qué demonios sucede en el PRD? ¿Cómo es posible que sus integrantes se hayan vuelto tan dóciles ante la voluntad de un líder? ¿A qué le tienen tanto miedo que ni por asomo se atreven a disentir? ¿Dónde quedaron el valor civil, la autocrítica, la combatividad, cualidades supuestamente intrínsecas de la izquierda? Hoy, ese partido parece un rebaño de ovejas pastoreado por un jefe carismático, una manada de lemmings en seguimiento de un individuo que los conduce al suicidio colectivo, una cofradía de fanáticos que adora al sacerdote supremo y no se atreve a contrariar uno solo de sus mandamientos.
Con una izquierda así de nula y coaccionada desde sí misma, la derecha puede dormir tranquila.
Etiquetas: PRD